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lunes, 27 de mayo de 2013

Ivette Cepeda: cubana


Fecha: 2013-01-16 Fuente: CUBARTE

Concierto de fin de año en el teatro Mella. Foto Daylén Vega.

Hace algún tiempo asistí a un merecido homenaje a Alicia Alonso en el Gran Teatro de La Habana. Casi al final de aquel espectáculo salió a escena una cantante que me dejó impactado no solo por las calidades de su interpretación sino también por la sencillez y finura de su presencia escénica. Averigüé entre los asistentes quién era, y alguien me dijo: “Es Ivette Cepeda, muy buena, que al fin la empiezan a reconocer.”
He seguido su presencia una o dos veces en la televisión, en alguna ocasión creo que la escuché por una emisora radial, y ahora la disfruté en uno de sus dos conciertos de fin de año en el teatro Mella, trasmitido en gran parte por la televisión al comienzo del año. Así, Ivette Cepeda comienza a ser apreciada por un público creciente, cuya muestra en el teatro abarcó a gente de las más diversas edades y hasta a algún que otro cubano residente fuera de la Isla.
Guillermo Rodríguez Rivera, con su perspicacia de eterno enamorado de la música cubana, le dedicó hace un tiempo un elogioso texto aquí en Cubarte. Y Pedro de la Hoz cerró su comentario en Granma acerca del concierto del Mella afirmando que Ivette Cepeda “tiene mucho que ofrecer.”
Quizás, más allá de sus condiciones vocales, ahí pudiera estar la razón del entusiasmo de su crecientes admiradores: esta mujer ofrece mucho, y cada vez más. Fraseo y dicción depuradas, discreta y natural elegancia de gestos, por momentos cierta sana picardía criolla, intercambio inteligente y respetuoso con el público sin pretensiones de discurso, sensibilidad absoluta a flor de piel, tales son algunas de las cualidades más relevantes de su actuación que revelan una espiritualidad artística sabiamente contenida y bien distribuida en sus emociones, hondas, sin duda alguna.
Ivette Cepeda nos está regresando a la época de las buenas cantantes que sabían adueñarse de sus oyentes sin gritar su canto, sin estimular el innecesario clamor, sin dar espacio  al estúpido alarido y a la comunicación meramente sensorial del instinto abestiado. Ella emociona y hace pensar, trae de la mano los recuerdos y los enlaza con el hoy; se nos entrega, intima y disfruta su ofrecimiento, el suyo propio, y el de nosotros, el público.
Es verdad que sus conciertos contaron con un acompañamiento de primera y con formidables arreglos. Cada músico demostró sus excelencias: esa percusión, esos teclados, esas guitarras, ese cuarteto de cuerdas, que nunca se sobrepusieron a la voz de la cantante y que la destacaron en su necesaria singularidad. Las luces, sin espectacularidad, cumplieron su rol. El sonido, sin toda la excelencia, cumplió adecuadamente su función. La sobriedad del escenario, sin grandes artificios ahora tan de moda, fue la que requería la cantante para destacar el protagonismo de su voz, su toque de gracia.
Todo eso dio coherencia al espectáculo, como también la selección del repertorio, que  fue elemento decisivo. Qué moverse por épocas y compositores tan distintos en estilos e intereses, mas todos tan cubanos en su música y en sus textos. Qué recordarnos a cantantes diferentes, hombres y mujeres, sin perder nunca Ivette Cepeda su originalidad. Qué sentido y expreso su homenaje a Bola de Nieve y a Marta Valdés, presente en el teatro. Qué recorrido por más de un siglo y muchas generaciones de la canción cubana.
Todo eso entregó Ivette Cepeda, sin alardes vocales ni excesos histriónicos, para demostrarnos que ella canta y dice la canción cubana, la de ayer y la de hoy, la que ha sabido apropiarse de la canción de otras latitudes de nuestra América y darle el tono y el sabor singulares de esta Isla de la música. Esa plenitud de cancionera le permitió entregar desde una rumba y un son hasta el más tradicional bolero, todo al estilo suyo, que a veces puede parecerse a otros, pero que siempre emerge en su originalidad.
Todo eso ofreció Ivette Cepeda como un gran regalo artístico y de identidad. Lo dijo y lo hizo: su concierto fue un homenaje al buen gusto, a la música, a la cultura, a nuestro ser cubanos. Creo que todos salimos aquella noche del teatro felices y contentos de ser cubanos gracias a Ivette Cepeda. Para mí, ese fue su mayor logro artístico.

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