Hace algún tiempo
asistí a un merecido homenaje a Alicia
Alonso en el Gran Teatro
de La Habana. Casi al final de aquel espectáculo salió a escena una cantante
que me dejó impactado no solo por las calidades de su interpretación sino
también por la sencillez y finura de su presencia escénica. Averigüé entre los
asistentes quién era, y alguien me dijo: “Es Ivette Cepeda, muy buena, que al fin la empiezan a
reconocer.”
He seguido su
presencia una o dos veces en la televisión, en alguna ocasión creo que la
escuché por una emisora radial, y ahora la disfruté en uno de sus dos conciertos de fin de año en el teatro Mella, trasmitido en gran parte por la
televisión al comienzo del año. Así, Ivette Cepeda comienza a ser apreciada por
un público creciente, cuya muestra en el teatro abarcó a gente de las más
diversas edades y hasta a algún que otro cubano residente fuera de la Isla.
Guillermo Rodríguez
Rivera, con su perspicacia de eterno enamorado de la música cubana, le dedicó
hace un tiempo un elogioso texto aquí en Cubarte. Y Pedro de la Hoz cerró su comentario
en Granma acerca del
concierto del Mella afirmando que Ivette Cepeda “tiene mucho que ofrecer.”
Quizás, más allá de
sus condiciones vocales, ahí pudiera estar la razón del entusiasmo de su
crecientes admiradores: esta mujer ofrece mucho, y cada vez más. Fraseo y
dicción depuradas, discreta y natural elegancia de gestos, por momentos cierta
sana picardía criolla, intercambio inteligente y respetuoso con el público sin
pretensiones de discurso, sensibilidad absoluta a flor de piel, tales son
algunas de las cualidades más relevantes de su actuación que revelan una
espiritualidad artística sabiamente contenida y bien distribuida en sus
emociones, hondas, sin duda alguna.
Ivette Cepeda nos está regresando a la época de
las buenas cantantes que sabían adueñarse de sus oyentes sin gritar su canto,
sin estimular el innecesario clamor, sin dar espacio al estúpido alarido
y a la comunicación meramente sensorial del instinto abestiado. Ella emociona y
hace pensar, trae de la mano los recuerdos y los enlaza con el hoy; se nos
entrega, intima y disfruta su ofrecimiento, el suyo propio, y el de nosotros,
el público.
Es
verdad que sus conciertos contaron con un acompañamiento de primera y con
formidables arreglos. Cada músico demostró sus excelencias: esa percusión, esos
teclados, esas guitarras, ese cuarteto de cuerdas, que nunca se sobrepusieron a
la voz de la cantante y que la destacaron en su necesaria singularidad. Las luces,
sin espectacularidad, cumplieron su rol. El sonido, sin toda la excelencia,
cumplió adecuadamente su función. La sobriedad del escenario, sin grandes
artificios ahora tan de moda, fue la que requería la cantante para destacar el
protagonismo de su voz, su toque de gracia.
Todo eso dio
coherencia al espectáculo, como también la selección del repertorio, que
fue elemento decisivo. Qué moverse por épocas y compositores tan
distintos en estilos e intereses, mas todos tan cubanos en su música y en sus
textos. Qué recordarnos a cantantes diferentes, hombres y mujeres, sin perder
nunca Ivette Cepeda su originalidad. Qué sentido y expreso su homenaje a Bola
de Nieve y a Marta Valdés, presente en el teatro. Qué recorrido por más de un
siglo y muchas generaciones de la canción cubana.
Todo eso entregó
Ivette Cepeda, sin alardes vocales ni excesos histriónicos, para demostrarnos
que ella canta y dice la canción cubana, la de ayer y la de hoy, la que ha
sabido apropiarse de la canción de otras latitudes de nuestra América y darle
el tono y el sabor singulares de esta Isla de la música. Esa plenitud de
cancionera le permitió entregar desde una rumba y un son hasta el más
tradicional bolero, todo al estilo suyo, que a veces puede parecerse a otros,
pero que siempre emerge en su originalidad.
Todo eso ofreció
Ivette Cepeda como un gran regalo artístico y de identidad. Lo dijo y lo hizo:
su concierto fue un homenaje al buen gusto, a la música, a la cultura, a
nuestro ser cubanos. Creo que todos salimos aquella noche del teatro felices y
contentos de ser cubanos gracias a Ivette Cepeda. Para mí, ese fue su mayor
logro artístico.
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